Hoy me he levantado con ganas de hablaros de mitología griega, y concretamente de uno de los mitos que más me fascinan: el de la caída de Ícaro. Pero antes de lanzarnos al vacío con él, hay que hablar de su padre: Dédalo, un personaje tan ingenioso como atormentado, cuya historia se entrelaza con la de grandes héroes griegos, como Teseo.
Hoy empezamos contando la historia de Dédalo y cómo un error marcó su destino hasta llevarlo a Creta. Detrás de estos mitos, encontramos moralejas universales, ambición, culpa, castigo y la búsqueda de libertad. Y además, son relatos que han inspirado a artistas de todas las épocas, desde la Antigüedad hasta nuestros días.
El destierro de Dédalo
Dédalo era uno de los más grandes artesanos y arquitectos de Grecia. Su talento era conocido en toda Atenas, hasta que un día su propio discípulo y sobrino, Pérdix, comenzó a eclipsarlo.
El joven inventó la sierra, inspirándose en las raspas de los peces, o en los colmillos de las serpientes (depende de la fuente que consultess). Su ingenio fue tan celebrado que Dédalo, consumido por la envidia, lo llevó hasta la montaña de la Acrópolis… y lo arrojó al vacío.
Las versiones del mito difieren a partir de aquí. En una, Pérdix muere al instante. Pero hay otra, mucho más poética: la diosa Atenea, protectora de la sabiduría, interviene y transforma al joven en una perdiz para salvarlo. La metáfora la encontramos en que las perdices no vuelan alto ni anidan en los árboles, sino que permanecen cerca del suelo. Como si el recuerdo de su caída le impidiera alzar el vuelo demasiado.
Dédalo, atormentado por la culpa, confiesa su crimen y es desterrado de Atenas. Sin rumbo, viaja hasta Creta, donde el poderoso rey Minos lo acoge en su corte, admirado por su fama como arquitecto y escultor.
Dédalo en Creta: la vaca de madera y el Minotauro
En Creta, Dédalo recibe varios encargos: esculturas, una pista de baile para la princesa Ariadna, y, su obra más reconocida, la obra monumental que pasaría a la historia: el Laberinto de Creta. Pero antes de entrar en el laberinto, hay que detenerse en la historia que lo originó, que no tiene tanto que ver con Minos como con su esposa Pasífae.
El dios Poseidón había regalado a Minos un toro blanco que debía sacrificar en su honor. Sin embargo, el rey quedó tan maravillado por el animal que decidió no ofrecerlo. El castigo del dios fue terrible: hizo que Pasífae, esposa de Minos, se enamorara perdidamente del toro. Desesperada por satisfacer su deseo, Pasífae pidió ayuda a Dédalo. Él, con su habitual ingenio, construyó una vaca de madera en cuyo interior la reina pudiera ocultarse y yacer con el toro. De esa unión nació una criatura monstruosa: el Minotauro, con cuerpo de hombre y cabeza de toro.
El laberinto de Creta
Para esconder al Minotauro y evitar que aterrorizara la ciudad, Minos ordenó a Dédalo construir un laberinto: una estructura tan compleja que nadie que entrara pudiera encontrar la salida. Fue una obra maestra de la arquitectura, llena de pasillos y recovecos imposibles. Pero su propio creador acabaría pagando un alto precio.
Minos encierra a Dédalo y a su hijo Ícaro dentro del laberinto. Las versiones del mito varían en cuanto a los motivos para hacerlo:
- Algunos dicen que Minos no podía permitirse que un arquitecto tan brillante cayera en manos de otros reinos.
- Otros aseguran que lo hizo para evitar que alguien conociera el secreto de la salida.
- Y hay quienes creen que fue un castigo, pues Dédalo había ayudado a Ariadna a escapar del laberinto junto a Teseo, traicionando así al rey. (Pero esto es otro mito que contamos aquí…)
Desde su encierro, Dédalo empezaría a idear la que sería su última gran obra: unas alas hechas con plumas y cera para él y su hijo Ícaro. Pero esa parte de la historia, la del vuelo y sus consecuencias, la reservaremos para el próximo post.